A medida que ingresaron a los barrios empezaron a imponer su orden y su ley, basados en conceptos moralistas y retrógrados, y en el uso de la fuerza por encima de la razón. Atacaron todo aquello que les olía a distinto: prostitutas, travestis, homosexuales, lesbianas, sindicalistas, líderes comunitarios… Intentaron corregir a golpes y mediante amenazas a la delincuencia común y a los “jóvenes desjuiciados”; buscaron mediante lo que ellos llamaron castigos, que no eran más que torturas, igualar el comportamiento y el pensamiento de los residentes de los sectores populares.
Sus preceptos llegaron a penetrar el interior de las familias, empezaron a inmiscuirse en las relaciones de parejas y en la relación padre-hijo. Es así como se conocieron casos aberrantes de torturas aplicadas a aquellos esposos que mantenían una relación conflictiva con su pareja. Por ejemplo, un hombre fue obligado a estar arrodillado bajo el inclemente sol barramejo, semidesnudo y con ladrillos sobre sus manos, como una forma de castigo por haber golpeado a su compañera. También fue común que para “corregir” cualquier clase de comportamiento “disfuncional” al interior de las familias, se recurriera a golpear con palos al infractor del nuevo “código” aplicado por los paramilitares.
Al mejor estilo medieval, los paramilitares fueron “corrigiendo” los comportamientos “desviados” de la ciudadanía barrameja: jóvenes rapados y obligados a barrer las calles portando letreros en los que se hacía referencia a su “mal comportamiento”, homosexuales obligados a caminar por las calles pregonando que volverían a la heterosexualidad, lesbianas violadas y cercenadas para que conocieran “un hombre”, señores amarrados a árboles durante largas jornadas para que “meditaran” su proceder, y niños azotados para que se portaran “bien” con sus padres. La lista de casos es larga, todos ellos tendientes a implantar un modelo de familia ideal, en la que se acata sin discusión la autoridad, en la que no hay cabida para opciones distintas a la heterosexualidad y en la que no es permisible ni admisible el conflicto.
Muchas familias se vieron obligadas a abandonar sus viviendas, las cuales empezaron a ser ocupadas por personas proclives al proyecto paramilitar, “depuración” que les fue permitiendo homogeneizar el pensamiento entre los habitantes de los barrios, pues o se pensaba y actuaba como ellos querían, o se corría el riesgo de ser “castigado”, desplazado forzosamente o asesinado.
Además de todo el terror implantado, empiezan a intervenir en negocios legales e ilegales a través de los cuales no sólo se financian, sino que también controlan a las familias que dependen de éstos. Es así como “administran” el denominado cartel de los hidrocarburos y las bolsas de empleo para trabajar en Ecopetrol, al tiempo que organizan empresas de vigilancia privada en los barrios, “servicio” que los habitantes bajo presión deben pagar y con el que además los paramilitares pueden conocer y controlar la dinámica social y política de los barrios.
Con el tiempo, el paramilitarismo se vio forzado a justificar su presencia en la ciudad, pues si habían logrado expulsar a la guerrilla como lo pregonaban, ¿qué sentido tenía su presencia? Fue entonces cuando simularon ataques guerrilleros, ataques en los que ellos lograban con la “ayuda” de la policía y el ejército, detener a la insurgencia. De la misma manera, montaron “espectáculos” de supuestos carros-bomba instalados por la guerrilla, repartieron volantes aparentemente firmados por la insurgencia -en los que ésta amenazaba con la “toma a sangre y fuego de Barrancabermeja”-, y se pusieron a la tarea de hacer pintas en las que se señalaba la presencia de las FARC en la ciudad
Sus preceptos llegaron a penetrar el interior de las familias, empezaron a inmiscuirse en las relaciones de parejas y en la relación padre-hijo. Es así como se conocieron casos aberrantes de torturas aplicadas a aquellos esposos que mantenían una relación conflictiva con su pareja. Por ejemplo, un hombre fue obligado a estar arrodillado bajo el inclemente sol barramejo, semidesnudo y con ladrillos sobre sus manos, como una forma de castigo por haber golpeado a su compañera. También fue común que para “corregir” cualquier clase de comportamiento “disfuncional” al interior de las familias, se recurriera a golpear con palos al infractor del nuevo “código” aplicado por los paramilitares.
Al mejor estilo medieval, los paramilitares fueron “corrigiendo” los comportamientos “desviados” de la ciudadanía barrameja: jóvenes rapados y obligados a barrer las calles portando letreros en los que se hacía referencia a su “mal comportamiento”, homosexuales obligados a caminar por las calles pregonando que volverían a la heterosexualidad, lesbianas violadas y cercenadas para que conocieran “un hombre”, señores amarrados a árboles durante largas jornadas para que “meditaran” su proceder, y niños azotados para que se portaran “bien” con sus padres. La lista de casos es larga, todos ellos tendientes a implantar un modelo de familia ideal, en la que se acata sin discusión la autoridad, en la que no hay cabida para opciones distintas a la heterosexualidad y en la que no es permisible ni admisible el conflicto.
Muchas familias se vieron obligadas a abandonar sus viviendas, las cuales empezaron a ser ocupadas por personas proclives al proyecto paramilitar, “depuración” que les fue permitiendo homogeneizar el pensamiento entre los habitantes de los barrios, pues o se pensaba y actuaba como ellos querían, o se corría el riesgo de ser “castigado”, desplazado forzosamente o asesinado.
Además de todo el terror implantado, empiezan a intervenir en negocios legales e ilegales a través de los cuales no sólo se financian, sino que también controlan a las familias que dependen de éstos. Es así como “administran” el denominado cartel de los hidrocarburos y las bolsas de empleo para trabajar en Ecopetrol, al tiempo que organizan empresas de vigilancia privada en los barrios, “servicio” que los habitantes bajo presión deben pagar y con el que además los paramilitares pueden conocer y controlar la dinámica social y política de los barrios.
Con el tiempo, el paramilitarismo se vio forzado a justificar su presencia en la ciudad, pues si habían logrado expulsar a la guerrilla como lo pregonaban, ¿qué sentido tenía su presencia? Fue entonces cuando simularon ataques guerrilleros, ataques en los que ellos lograban con la “ayuda” de la policía y el ejército, detener a la insurgencia. De la misma manera, montaron “espectáculos” de supuestos carros-bomba instalados por la guerrilla, repartieron volantes aparentemente firmados por la insurgencia -en los que ésta amenazaba con la “toma a sangre y fuego de Barrancabermeja”-, y se pusieron a la tarea de hacer pintas en las que se señalaba la presencia de las FARC en la ciudad