(JPG)Pasó el tiempo y un buen día empezaron los rumores sobre la llegada de los paramilitares. El 16 de mayo de 1998 así lo hicieron. Tras su llegada quedó un halo de dolor: de la manera más vulgar y despiadada, frente a las miradas inermes de los lugareños y con la complacencia de las Fuerzas Militares, asesinaron a siete vecinos y a 25 más los desaparecieron. Para Carlos Castaño, máximo jefe de los paramilitares en ese entonces, al igual que para las Fuerzas Militares, no eran más que simples guerrilleros que merecían morir bajo su "mano justiciera".
Los rumores sobre lo que ocurrió con las víctimas del 16 de mayo hicieron peor el asunto y generaron terror entre los habitantes de los barrios populares de la ciudad. Se decía que se encontraban descuartizados en el camino, que habían sido lanzados a pozas llenas de caimanes, que habían sido incinerados. Lo único certero es que sus cuerpos no aparecieron, y con ello el terror se quedó en Barrancabermeja.
Y los rumores siguieron cumpliendo su función en este escenario de guerra: Carlos Castaño quería recibir el 2001 en una calle de Barrancabermeja, sentado en una mecedora tomando tinto. Tal noticia era para asustarse, pues aquél hombre haría lo posible para hacer realidad su antojo. Antojo que le costó a Barrancabermeja tener el lugar poco honroso de uno de los municipios más violentos del país, con la escandalosa cifra de alrededor de 900 asesinatos entre el 2000 y el 2001, es decir, una tasa aproximada de 250 asesinatos por cada cien mil habitantes.
El blanco de sus fusiles fue preciso y con objetivos muy claros: (i) con la finalidad política de desvertebrar el tejido social, atacaron a defensores de derechos humanos, sindicalistas e integrantes de distintas organizaciones sociales y comunitarias; (ii) con el propósito de controlar las posibles fuentes de financiación de la insurgencia, arremetieron contra contratistas y comerciantes que pagaban a ésta las llamadas "vacunas" y contra las familias vinculadas directa o indirectamente al hurto y comercialización de combustible; (iii) y finalmente, para causar terror, dispararon contra todo aquel que por el simple hecho de vivir en los barrios sur y nororientales, se hacía sospechoso de auxiliar a la guerrilla
Los rumores sobre lo que ocurrió con las víctimas del 16 de mayo hicieron peor el asunto y generaron terror entre los habitantes de los barrios populares de la ciudad. Se decía que se encontraban descuartizados en el camino, que habían sido lanzados a pozas llenas de caimanes, que habían sido incinerados. Lo único certero es que sus cuerpos no aparecieron, y con ello el terror se quedó en Barrancabermeja.
Y los rumores siguieron cumpliendo su función en este escenario de guerra: Carlos Castaño quería recibir el 2001 en una calle de Barrancabermeja, sentado en una mecedora tomando tinto. Tal noticia era para asustarse, pues aquél hombre haría lo posible para hacer realidad su antojo. Antojo que le costó a Barrancabermeja tener el lugar poco honroso de uno de los municipios más violentos del país, con la escandalosa cifra de alrededor de 900 asesinatos entre el 2000 y el 2001, es decir, una tasa aproximada de 250 asesinatos por cada cien mil habitantes.
El blanco de sus fusiles fue preciso y con objetivos muy claros: (i) con la finalidad política de desvertebrar el tejido social, atacaron a defensores de derechos humanos, sindicalistas e integrantes de distintas organizaciones sociales y comunitarias; (ii) con el propósito de controlar las posibles fuentes de financiación de la insurgencia, arremetieron contra contratistas y comerciantes que pagaban a ésta las llamadas "vacunas" y contra las familias vinculadas directa o indirectamente al hurto y comercialización de combustible; (iii) y finalmente, para causar terror, dispararon contra todo aquel que por el simple hecho de vivir en los barrios sur y nororientales, se hacía sospechoso de auxiliar a la guerrilla
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